La caída de Carmen Ordóñez en Marruecos: de la corte de Hassan II en Marrakech a la soledad en Tánger

Author: mujerhoy

Hay dos detalles de la biografía de
Carmen Ordóñez ue tal vez solo conozcan «los más cafeteros». La primera es que en su entorno familiar
su apelativo no era Carmina, que era como se designaba a su madre, sino Carmuca. La segunda que su pasión nació precisamente cuando ésta, muy enferma de cáncer, cumplió su deseo en 1982 de
viajar a Marrakech.

Sin pretenderlo,
Carmina Dominguín, hermana del
torero Luis Miguel Dominguín, había inoculado en sus dos hijas, Carmen y Belén, su pasión por el país norteafricano del que la primera acabaría siendo una gran embajadora. También contribuyó, que duda cabe, la
educación bilingüe que ambas hermanas habían recibido en el Liceo Francés, lo que sin duda hizo que se desenvolviera con gran facilidad en el idioma oficioso del país.

Por eso,
después de divorciarse de Paquirri y conocer al cantante Julián Contreras resultó natural que encontrara en Marruecos un refugio y un hábitat para gestionar a su voluntad su vida privada, que con tanto éxito y franqueza comercializó a través del papel cuché. Su enorme popularidad en España también propició que
el régimen alauí la eligiese para ser embajadora de lo que en tiempos más contemporáneos algún gurú del marketing hubiera denominado ‘marca Marruecos’.

Tal fue la asimilación de Marruecos de Carmina, a quien se atribuyen la organización de
espectaculares fiestas en la corte de Hasan II, que llegó a declarar en la revista Semana que no se hacía musulmana porque en esa religión no tenían la Virgen del Rocío. Lo que con los códigos actuales podría interpretarse como una provocación, era una muestra de su enorme amor por este país, en el que vivió el lujo y el esplendor pero también sus horas más bajas.

Carmina Ordóñez con turbante en Tánger/GTRES

Eran impagables, por muy remunerados que fueran,
sus posados con caftanes y estilismos autóctonos en los que Carmina Ordóñez desgranaba su vida personal con una incorrección política que posiblemente ahora no sería entendida igual. Como también lo era la enorme proyección que dio entre las ávidas consumidoras de revistas del corazón, que entonces alcanzaban tiradas millonarias, a ciudades como Marrakech, donde se codeó con lo más granado de las élites francesas, vestigio de un pasado colonial que en la actualidad está más difuminado.

La relación de Carmina Ordóñez con Marruecos

Instalada en Marruecos desde 1990, compartió allí momentos inolvidables con sus tres hijos, Fran y Cayetano Rivera, y
Julián Contreras. Especialmente con este último, que pasó su infancia, adolescencia y parte de su juventud en esta espectacular ciudad imperial que
en el ocaso de su vida reemplazaría por Tánger, ciudad natal de María Teresa Campos. Una ciudad retratada en su máximo esplendor por el escritor Paul Bowles y relanzada turísticamente para el público español gracias a El tiempo entre costuras de María Dueñas y su posterior adaptación televisiva protagonizada por Adriana Ugarte para TVE.

Con esta crudeza se expresaba la periodista Beatriz Miranda en El Mundo para describir, de su punto de vista, la transición de Carmen Ordóñez del Marruecos más opulento y refinado a la modesta cotidianidad y el anonimato en Tánger de a la que se bautizó como ‘la divina’: «Cuando fue
expulsada de Marrakech por sus amistades peligrosas con príncipes y otros personajes de dudoso calado, se refugió en la ciudad para lamerse las heridas y las adicciones. Es curioso que en un lugar donde se pueden encontrar las drogas más psicotrópicas, sin embargo sea tan difícil beber algo con alcohol. Sólo se sirve en hoteles internacionales de varias estrellas, Corán obliga».

Por cierto, que en 2009 el Tribunal Supremo condenó a la revista Interviú a pagar 30.000 euros a los herederos de Carmina por unas
fotografías tomadas en topless en un hotel siete años antes, al considerar que no se encontraba en un lugar público. Dos años después de estas imágenes, la irrepetible socialité fallecía a los 49 años. Con una belleza y un carisma singulares, dejó una huella que el tiempo sigue sin borrar.